Según el escritor y matemático Carlo Frabetti, existe un “divorcio”
entre “ciencias” y “letras”. El cual,
perjudica a ambos hemisferios culturales. Y, haciendo una metáfora con los dos
hemisferios cerebrales, el creativo (derecho) y el analítico (izquierdo),
afirma que nuestra inconexa cultura
es como un cerebro con el cuerpo calloso (el puente de nervios cerebrales que
unen el cableado de ambos hemisferios) muy atrofiado. ¿Lo arreglamos?
La única gran noticia que no depende (solo)
de la ciencia es la voluntad de hacer
que esos cambios beneficien a toda la humanidad. (Carlo Frabetti, 2013)
Frabetti remarca que el futuro de
la ceremonia entre Científicos y Artistas, que se anunciaba muy prospero hace
unos días por Miguel Delibes De Castro
en mi artículo La Boda del Artista y el Científico, no parece que vaya a acabar en
un “fueron felices y comieron perdices”. Frabetti sugiere que la imagen de los
dos hemisferios no es tan simétrica como puede resultar a priori.
Una ciencia rarita, ¿un posible puente?
Por un lado, comenta como el desinterés de la gente de letras por la
ciencia suele ser mucho mayor que el de la gente de ciencias por la literatura.
No obstante, aunque Frabetti confiesa no conocer a ningún científico que
muestra el mismo desdén por la literatura, que escritores por la ciencia, y que
además no tengan la menor idea de física o matemáticas, yo no puedo decir lo
mismo. No me refiero a que los artistas muestren desdén por la ciencia, eso sí
que lo tengo más que comprobado que ocurre, incluyéndome a mí mismo en mi
faceta de redactor de tres al cuarto. No obstante conozco, en mi faceta de
estudiante de psicología, ciertos científicos de alta alcurnia, que si bien
leen literatura, jamás se plantean la posibilidad de que el Arte sea un medio
más apropiado para conocer, comprender e interceder en la realidad.
Están plenamente convencidos de
que solo es un mero entretenimiento.
Muy bueno si, pero solo eso. No sé si mi contradictoria postura tendrá que ver
con qué estudio una ciencia especial y, entre otras muchas razones, hace tiempo
salió a relucir un artículo de un estudio en el que se explicitaba que la
psicología era la ciencia que más veces escribía la palabra “psicológico” en
sus explicaciones. Es decir, los físicos, no necesitan decir, cada dos por
tres, “esto es un hecho físico”, sin embargo los psicólogos, atenazados por la mitificación y desconocimiento de su
profesión (todo hay que decirlo) se muestran inseguros a la hora de llevar
a cabo sus veredictos que de
verdaderamente empíricos, en mi opinión,
suelen tener el método, y poco más.
En pocas palabras, los psicólogos
si bien, pueden resolver muchos problemas (aunque la gente no lo crea) de forma
científica e individual, cuando se
trata de generar fenómenos y reglas para hablar de hechos colectivos y globales la cosa cambia. Se convierten en algo
así como un ser que anda a medio camino entre el poderoso científico de la conducta dentro
de su segura consulta y el chamán de la aldea. Y en ese camino,
el
complejo de artista y pseudocientífico pesa demasiado.
Porque el psicólogo medio es un
emocional reprimido. El 70% de la muestra de otro estudio, sacó a relucir que
sus estudiantes eran neuróticos.
Un psicólogo
es alguien tan perdido como tú en la vida. Sólo que tiene una linterna y un
mapa, además de valentía para acompañarte. Un
psicólogo tiene que soportar que la gente hable de Psicología, sin tener la
menor idea al respecto. Es de las profesiones más mitificadas del mundo,
casi nadie ha leído el “Código de Ética del Psicólogo” pero casi todo el mundo
habla de lo que debería ser o no hacer un psicólogo.
[…] Un
psicólogo es una persona normal, fuma, bebe, baila, ama, tiene sexo, igual que
todos. Como en todas las profesiones, hay apáticos, drogadictos, arrogantes,
corruptos, faltos de ética, entre otras actitudes nefastas, pero también hay
psicólogos excepcionales, inquietos por naturaleza, con personalidades
exquisitas. Tal cual, como ser humano, nada le es ajeno y en lo humano, la
perfección no existe.
[…]Un
psicólogo generalmente dice lo que no deseas escuchar. Esa es una labor
titánica y siempre mal retribuida emocionalmente. Dentro de esta sociedad el
psicólogo es siempre un último recurso, antes se consulta: el chamán, el
sacerdote, el médico, el pastor, el brujo… Cuando en realidad debería ser el
primero. Un psicólogo no sabe la verdad de la vida, no tiene fórmulas exactas
no es químico, tampoco es adivino, menos telépata. El psicólogo es científico.
Aunque no siempre tiene razón, pero siempre busca la verdad y la razón. Es un
explorador, un investigador por convicción.
[…] La
diferencia entre una persona que estudia Psicología y la que no, radica en su
relación con su sombra, un psicólogo juega con su sombra. Un psicólogo es su
propio instrumento de trabajo. Un psicólogo nunca lo sabrá todo, pero puedes
jurar que nunca dejara de buscar saberlo todo. (D. Fernández, ¿Qué
es ser un psicólogo?, 2013)
La pareja desequilibrada
Volviendo al tema central
respecto al divorcio entre artistas y científicos, hay que señalar que es un
hechola ciencia avanza cada vez más rápido, mientras muchos (incluso
“culturetas”) dicen que la literatura
convencional está cada vez más paralizada, hasta el punto de que hace ya
varias décadas que se viene hablando de la muerte de la novela o el agotamiento
de la poesía.
que
Frabetti opina, que la causa
última del desequilibrio hay que buscarla en el tipo de relaciones de producción e intercambio
que rigen nuestra sociedad.
En una
sociedad basada en la explotación, la competencia
exacerbada y el despilfarro, la educación y la industria cultural no
tienden a formar a personas sabias y reflexivas, sino a convertirnos en
productores rentables y dóciles consumidores de baratijas (incluidas las baratijas culturales, pues en un mundo-mercado la
cultura es una mercancía más). La excesiva especialización en el trabajo
conlleva una especialización paralela en el conocimiento, y de ahí la
fragmentación cultural típica de nuestra sociedad, una fragmentación cuya
expresión más evidente es la profunda brecha que se abre entre ciencias y
letras. Por tanto, los divulgadores científicos y, en general, quienes luchamos
contra la esquizofrenia cultural, hemos de tener claro que nuestra batalla es,
en última instancia, una batalla
política, que se inscribe en la lucha por la transformación radical de una
sociedad desquiciada e injusta. (C.Frabetti, 2013)
La otra salida
Como dijo Hölderlin, la actividad
mental del ser humano se debate, entre
la reflexión y el mito. A escala evolutiva, hasta hace muy poco, el mito ha prevalecido sobre la reflexión,
le ha puesto límites, incluso la ha perseguido; pero los filósofos de la
antigua Grecia iniciaron un proceso imparable, que se consolidó en el siglo
XVII con la eclosión de la ciencia como hoy la entendemos.
Una parte importante de la humanidad apuesta
hoy por la razón, por la racionalidad, y la racionalidad es enemiga de los
dogmas, los infundios y las supercherías. Y también de los abusos. Porque la
racionalidad desmonta cualquier pretensión de superioridad de unos países sobre
otros, de unas etnias sobre otras, de un género sobre otro. La racionalidad no
admite justificaciones como “las guerras son inevitables” o “siempre habrá
ricos y pobres”. (C. Fabretti, 2013)
Como Marx y Engels cuando intentaron sin éxito articular su propuesta de transformación del mundo
alrededor del concepto de “socialismo
científico”, de forma radical a la par que poética y artística. La ciencia parece ser la única salida,
como dice Fabretti, la única noticia: “porque, como máxima expresión y máxima
defensora de la racionalidad, propicia las demás noticias verdaderas, los
verdaderos cambios.” Para este matemático, la única salida es la ciencia. Y la
otra salida la sanguinolenta y absurda revolución.
La única gran
noticia que no depende (solo) de la ciencia es la voluntad de hacer que esos
cambios beneficien a toda la humanidad y no exclusivamente a unos pocos, así
como la lucha en la que esa voluntad se concreta. La otra noticia es la
revolución. (C. Fabretti, 2013)
La otra revolución
En contraste con las palabras de
C. Fabretti de que la racionalidad no admite justificaciones del tipo “siempre
habrá ricos y pobres” encontramos fragmentos de tesis científicas que ya he
citado en artículos previos, no por afán, sino precisamente, porque su núcleo,
aunque racional es muy inusual, quizás porque proviene de ese perro verde, la
psicología:
Los democidios se suelen preparar de antemano en el
clímax de un relato escatológico, un
espasmo final de violencia que será el preludio de una felicidad milenaria.
Diversos historiadores del genocidio han advertido a menudo los paralelismos
entre las ideologías utópicas de los siglos XIX y XX y las visiones
apocalípticas de las religiones tradicionales. En un libro conjunto con el
psicólogo social Clark McCauley, Daniel Chiriot observa lo siguiente:
La escatología marxista imitaba
realmente la doctrina cristiana. Al principio había un mundo perfecto sin
propiedad privada, clases sociales, explotación ni alineación: el Jardín del
Edén. Luego llegó el pecado, el descubrimiento de la propiedad privada y la
creación de los explotadores. La
humanidad fue expulsada del Edén
para sufrir la desigualdad y la
necesidad. A continuación los seres humanos experimentaron con una serie de modos de producción, el esclavista, el
feudal y el capitalista, siempre en pos de la solución sin encontrarla. Por
último, llegó un verdadero profeta con un mensaje de salvación, Karl Marx, que
predicaba la verdad de la Ciencia. Prometió la redención, pero no le hicieron
caso a excepción de sus discípulos más íntimos que difundieron la buena nueva.
Al final, de todos modos, el proletariado, portador de la fe verdadera, será
convertido por los elegidos religiosos, los líderes del partido, y se unirá para
crear un mundo más perfecto. Una revolución final y terrible acabará con el capitalismo, la alineación, la
explotación y la desigualdad. Después de eso, la historia terminará porque
en la Tierra reinará la perfección y los verdaderos creyentes se habrán
salvado.
[…] En mi
opinión, el dilema del pacifista al
menos aclara este misterio y pone de manifiesto cómo la dirección no aleatoria
de la historia está arraigada en un aspecto de la realidad que inspira nuestras concepciones de la moralidad y la
finalidad. La especie nació en el seno del dilema porque nuestros intereses primordiales son
característicos, porque nuestro vulnerable cuerpo nos convierte en presa fácil
para la explotación y porque los incentivos para ser el explotador y no el
explotado condenan a ambos bandos a un conflicto agotador. El pacifismo
unilateral es una estrategia condenada al fracaso, y la paz compartida no está
al alcance de todos. Estas desesperantes contingencias son inherentes a la estructura matemática de las
compensaciones, y en este sentido están en la naturaleza de la realidad. No
es de extrañar que los griegos antiguos culparan de las guerras a sus
caprichosos dioses, o que los hebreos y los cristianos recurrieran a una deidad
moralista capaz de manipular las compensaciones en el otro mundo y, de este
modo, cambiar la estructura percibida de incentivos en éste.
La naturaleza
humana, tal como la ha dejado la evolución, no está preparada para el desafío
de llevarnos a la felizmente pacífica casilla superior izquierda de la matriz.
Motivos como la codicia, el miedo, la dominación y la lujuria siguen
empujándonos hacia la agresividad. […]. De todos modos, la naturaleza humana también tiene rasgos para poder subir a la casilla
pacífica, como la solidaridad y el autocontrol. (S.Pinker. Los ángeles que
llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones)
Todo lo hasta aquí expuesto nos
habla de las razones de dicho desequilibrio, entre ambos hemisferios, entre
ambos mundos. En el siguiente artículo La guerra de losmundos, se desvelarán posibles soluciones para restablecer el
equilibrio. Quizás se trate de “la otra
revolución”. He aquí un adelanto:
El pensamiento amoroso al que llamamos “romántico”
produce insatisfacción porque lo promete todo: el todo que
somos tú y yo, la pareja como centro organiza el todo de la vida afectiva, y
ese amor, tú, como todo lo que me puede ocurrir. Ante esa promesa de un todo
siempre insatisfecho, siempre frustrante, protestamos. Nos levantamos. Nos
desarmamos y nos desnudamos para encontrar otros imaginarios que el del
bodorrio de la cola blanca, la declaración de rodillas, las princesas Disney,
los celos posesivos y la sonrisa estúpida por toda la eternidad. Yo también
protesto. Yo también me arranco la cola
del vestido para aprender, de nuevo, a amar.
Rechacemos todos los todos, sus frustraciones y sus peligros, pero
no perdamos en ello la experiencia de lo incalculable que hay en el amor. [..]
En el amor no hay expertos ni gestores
que valgan, aunque los periódicos se llenen de nuevos sacerdotes cargados de cifras, estadísticas e índices hormonales
que nos digan cómo y hasta cuándo podemos amar. Cada desamor apaga el mundo.
Cada nuevo amor nos pone a cero. Cada enamoramiento es un nuevo desacato que,
pase lo que pase, nos compromete para siempre. Por eso, como escribía Blanchot,
la comunidad de los amantes (sea a
dos o a muchos, añado yo) destruye la
sociedad. Destruye los parámetros que nos hacen funcionar en sociedad.
Antes, o en otros lugares, estos
parámetros eran la autoridad del padre, las fronteras del linaje, la condición
de género o los intereses patrimoniales. Cada desamor apaga el mundo. Cada
nuevo amor nos pone a cero. Cada enamoramiento es un nuevo desacato Hoy, estos parámetros son, cada vez más,
los intereses particulares y los proyectos personales de ese emprendedor
calculador en que nos estamos convirtiendo cada uno de nosotros. (Marina
Garcés, La cruzada antiromántica, 2013)
Jesús García Muñoz
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