El término "cultura", que originalmente significaba la
cultivación del alma o la mente,
adquiere la mayoría de sus posteriores significados en los escritos de los
pensadores alemanes del siglo XVIII, quienes en varios niveles desarrollaron la
crítica de Rousseau al liberalismo
moderno y la Ilustración.
Además, un contraste entre "cultura" y "civilización" está
usualmente implícito por estos autores, aun cuando no lo expresen así. Dos
significados primarios de cultura surgen de este período: cultura como un espíritu folclórico con una identidad
única, y cultura como la cultivación de la espiritualidad
o la individualidad libre. El primer significado es predominante dentro de
nuestro uso actual del término "cultura", pero el segundo juega
todavía un importante rol en lo que creemos debería lograr la cultura, como la "expresión" plena del ser único y
"auténtico". Richard Velkley
La cultura globalizada
Se
estrena nueva película de James Bond.
Rápidamente todas las cadenas de televisión se apresuran para meterte entre pecho y espalda toda la saga, los juguetitos del Happy Meal hacen acopio, los cromos de las bolsas de patatas, las
marcas de elegantes relojes o coches made
in “007” y finalmente las conversaciones. ¿O es al revés? ¿Son primero las
conversaciones? Realmente se trata de un proceso
interactivo, en el que el ambiente interactúa (o en caso de la publicidad,
manipula) con el espectador que ha visto la ultima de James Bond e influye en
sus valores e intereses, y su vez, sus propios valores e intereses interactúan
con el ambiente exterior. En resumen, lo interpersonal
(la publicidad, perdón, el medio) interactúa con lo intrapersonal (el
consumidor, perdón, el individuo).
En un mundo en el que cada día,
la publicidad, la competitividad comercial y el posicionamiento en el mercado de “las ideas” tiene mayor
valor, no viene mal recordar que la cultura también se compone de ese rol, del
que hablaba Velkley, individual e intrapersonal.
El que puede decidir por qué o
quienes se dejará influir, el que puede
decidir a quién o quienes influir.
El que es libre.
Películas, series, libros que se
publican. Manifestaciones materiales, espirituales, pictóricas, esculturales,
arquitectónicas, literarias, ideológicas, tweets, estados de facebook. La
cultura es lo que se compone de todas estas manifestaciones. Y lo que es más
importante, es lo que hace vibrar y brillar a la cultura. Esas manifestaciones representan a una o a varias personas que las
identifican como parte de un conjunto mayor de individuos. Normalmente
nuestra percepción está sesgada en este sentido, y la percepción de la masa de
personas con las que compartimos valores es mayor en nuestra mente de lo que lo
es en la realidad. Pero es la ilusión
de compartir una idea con grupos de personas en aumento lo que mueve al “creador”. Porque otros tipos de
saberes que se pueden calificar de instrumentales
se mueven por “técnicos”, no por creadores, técnicos que se dedican a utilizar el medio, no a crear a partir de él. Pero a diferencia
de estos saberes, la cultura es una creación
del ser humano, una creación movida por la necesidad de ser compartida.
Así, la cultura se convierte en
un bien y fenómeno común, ya que todos y
cada uno de nosotros, al vivir en sociedad, aprendemos de lo que nos transmiten
las generaciones anteriores y, con
ese conocimiento, podemos contribuir a que la cultura siga creciendo y
perviviendo. Sin embargo, la cultura
también nos diferencia, ya que cada grupo social construye sus
representaciones culturales propias de
acuerdo a sus intereses, preferencias, miedos, inquietudes, etc. Así, no es lo
mismo la cultura de un país occidental que la de un país oriental, como también
puede ser diferente la cultura de una región de un país con otra región del
mismo país o incluso las culturas que representan a diferentes grupos sociales
que conviven juntos en un mismo espacio geográfico.
Hoy, debido al proceso de globalización y los avances en telecomunicaciones, transportes e internet, estas diferencias, se encuentran en un proceso
exponencial de contraste, confrontación y disminución de sus diferencias potenciadores
de conflicto, de manera que cogemos de otras culturas lo que nos es
mejor y desechamos de las nuestras lo que no nos beneficia, mientras mantenemos
lo que no nos perjudica. La disminución de la violencia, las revoluciones por
los derechos de mujeres, homosexuales, etnias u otros colectivos marginados
antaño dan fe de ello.
El sentimiento de pertenencia como motor de la cultura
La
importancia social de la cultura radica
en el hecho de que es esta la que nos otorga un sentimiento de pertenencia.
Cada uno de nosotros se siente representado por un grupo de tradiciones,
conductas, hábitos, valores, emociones y pensamientos que son más o menos parte
de la sociedad en la cual se desarrolla nuestra vida cotidiana y que nos ofrece una idea de pertenencia.
He aquí dónde encontramos la otra
cara de la moneda. Si la cara de la globalización es la disminución de la
diferencias entre culturas divergentes potenciadores de conflictos, la cruz es
la disminución del sentimiento de pertenencia. Sentimiento y necesidad básica y
placentera para todo ser humano. Que se lo digan a los hinchas de la selección
española cuando Iniesta marcó el gol de la victoria en la final.
Pero lo nuestro, nuestro país, nuestra cultura (tanto a nivel macro, de
país o continente, como a nivel micro, de familia o pareja) ya se nos queda
pequeño solamente ante la inmensa ventana encima de nuestro escritorio. El
hecho es que tenemos más posibilidades, más alternativas, somos más
independientes. No tenemos porqué aferrarnos a nada, ni a nadie. La vida
cotidiana se nos queda aburrida ante la exclusividad, frescura y novedad que
tenemos a un click de ratón, o a una conversación por whatsapp. Que nadie crea
que esto es una especie de defensa al “patriotismo”, nada más lejos que eso.
La globalización, ha permitido el respeto y la confrontación sana de ideas, la
libertad de pensamiento y el intercambio de puntos de vista enriquecedores y
constructores de una joven y prometedora cultura
compartida internacional. Que el sentimiento de partencia se vea
perjudicado es simplemente una condición de una necesidad humana que se sitúa
en un continuo y, que como tantas
otras, es sana en su equilibrado consumo. No en su exceso irracional, que puede llevar, incluso, al fascismo. Ni en su
defecto que puede llevar a una
existencia autónoma pero errante e inestable, Una vida indeterminada, desarraigada o insatisfecha constantemente sin razón
de los individuos de una sociedad.
Teniendo esto último en cuenta, no
es extraño que estudios psicológicos al respecto esclarezcan que en las
sociedades de hoy se produzcan más emparejamientos
civiles en las sociedades industrializadas que en las no industrializadas o
menos desarrolladas. Se cree que la mayor soledad
que se experimenta en las primeras es un factor fundamental para hacer de
nuestras parejas una propiedad privada.
No obstante, últimamente parece que el número de emparejamientos se está
equiparando al de otras zonas más rurales. Había algo que no funcionaba, ni
funciona. Y es que, parece ser que en la cultura de nuestro siglo los capitalismos sentimentales se están
muriendo junto a los capitalismos
económicos. Aunque, de momento, solo sea en nuestras mentes y en
nuestra cultura, y no tanto en la
economía.
Si hay un sentimiento despertándose aún, joven, que prima en la
cultura inmediata actual es que el capitalismo y el neoliberalismo no funcionan. Estos, a pesar de que a priori no podemos redimirlos de la
inmensa mayoría de nuestras mentes (y no
de las mentes u acciones de nuestros gobernantes, como creen muchos ignorantes consumistas compulsivos) no funcionan.
Había algo que no funcionaba, ni funciona. Pero si de algo es capaz la cultura
es de enmendar sus propios errores.
"Durante toda mi vida he entendido el amor como una especie de
esclavitud consentida.
Pero esto no es así: la libertad sólo existe cuando existe el amor.
Quien se entrega totalmente, quien se siente libre, ama al máximo. Y quien ama al máximo, se siente libre. Pero
en el amor, cada uno de nosotros es responsable por lo que siente, y no puede
culpar al otro por eso. Nadie pierde a
nadie porque nadie posee a nadie. Y esta
es la verdadera experiencia de la
libertad: Tener lo más importante
del mundo sin poseerlo."Once Minutos. Paulo Coelho.
No obstante, y a pesar de la fuerza que siempre tendrá una
cultura en la sociedad. Conviene dar un toque de atención. Quien piense que con las telecomunicaciones, internet y la globalización, la cultura puede crecer más como vehículo de las tradiciones, inquietudes, sentimientos, emociones y valores de unos ciudadanos que comotorpedo
de innovaciones, seguridades (tan volátiles como el mercado), balances económicos,
beneficios y productos sin alma es que no ha pasado por la, ¿madrileña?,
estación de Vodafone sol, no conoce
la liga de fútbol BBVA y no ha
reparado en el teatro Cofidis. Quien
crea que una cultura de productores y
consumidores nunca podrá eclipsar hasta límites insospechados (quizás tan
insospechados como las predicciones del próximo informe del FMI) a una cultura de personas libres es que no está al tanto de lo que pasa en el mundo. Y al
ritmo al que pasa.
Si realmente la cultura es un
proceso interactivo, quizás llegue el momento en el que la expresión plena e
individual del ser humano auténtico (esa de la que hablaba Richard Velkley) se revele contra todo un
entorno que amenaza con irle quitando pedacitos de su alma a escondidas, en
favor de una sociedad del bienestar materialista más minoritaria en tanto en
cuanto todos nos emperramos en no
quedarnos atrás, en que sea de todos y para todos. Pero nadie sacrifica su patrimonio, su proyecto de
vida, su economía. Ni los que tienen menos, ni los que tienen más. No hacen
falta PIB´s, índices económicos, ni
muchos ceros en la nómina del vecino para encender el orgullo, solo es
necesario estos dos adverbios, “más” y “menos”. Y quizás el orden de ambos se
haya invertido. Seria irrisorio que una simple cultura Maya que imaginó que en el futuro se invertirían los polos
resultase ser más precisa y oportuna que las matemáticas de las ciencias
económicas aplicadas al ser humano. ¿No les parece?
El archiconocido filósofo Friedrich Nietzsche dijo una vez que “el hombre de toda fe, “el creyente” de toda
especie, es por necesidad un hombre
dependiente”.
En relación con esto, otros
autores estudiosos de la psicología de los grupos
humanos mantienen lo siguiente:
"La concepción del grupo como un todo dinámico debe incluir una
definición del grupo que se basa en la interdependencia
de los miembros (o mejor, de las subpartes del grupo). Me parece muy importante
este punto, porque muchas definiciones del grupo toman como factor
constituyente la similitud de los miembros del grupo más que su interdependencia dinámica. A menudo,
por ejemplo, se define el grupo como compuesto por un número de personas con
ciertas semejanzas, especialmente de
actitudes. Creo que es necesario entender que tal definición difiere
fundamentalmente de la del grupo basado en la interdependencia de sus miembros. Es muy posible que un número de
personas posean ciertas semejanzas -por
ejemplo, de sexo, raza, posición económica, actitudes- sin constituir un grupo
en el sentido de ser partes interdependientes de un todo social.[…] No obstante
es preciso comprender que une definición del grupo basada en la igualdad de los
objetivos o del enemigo es también una definición por similitud. Lo mismo vale
para la definición del grupo por el sentimiento
de lealtad o pertenencia de sus miembros. Por consiguiente, si se desea
utilizar el sentimiento de pertenencia como criterio del grupo, tal proceder
será válido si se apunta hacia la interdependencia que ese sentimiento
establece. Debe comprenderse, sin embargo, que la lealtad o sentimiento de
pertenencia es solo una variedad dentro
de los tipos posibles de interdependencia que pueden constituir un grupo
(otros son la dependencia económica,
el amor o la vida en común en un área determinada)."
Lewin, 1978, p. 142-143
Sin duda, creo que Nietzsche
tenía razón. Y también creo que faltan hombres dependientes. Creo, como Lewin,
que hoy en día se desatienden otros tipos de interdependencia menos valorados
por una cultura, que cada día, es menos cultura en una sociedad que, a pesar de
su eficiencia, cada día es menos social, menos grupo y, en cambio, más empresa. ¿Empresa para qué? ¿Para quién?
Quizás antes de hacernos
preguntas sobre todo el bien que hacemos a una sociedad, deberíamos
preguntarnos, cuanto bien recibimos de ella. Quizás hoy, en este mundo
superpoblado y lleno de recursos, no sea independencia lo que nos falta, sino
todo lo contrario.
Y es que la cultura no solo se ha
construido del anciano que cuenta sus
batallitas, sino también del nieto
dispuesto a escucharlas. Del mismo modo que la comunicación nunca se ha
compuesto solo de emisor, sino también de receptor, la cultura no solo se ha
compuesto por independientes, ya consagrados, proveedores de información, sino
también por acreedores dependientes de
ella.
Jesús garcía Muñoz
Fuentes:
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