A lo largo de la historia, el señor alcohol y los grandes
literatos han mantenido una relación de amor-odio bien estrecha. Ya desde
Homero o la Biblia, las bebidas alcohólicas aparecen como un arma de expansión
creativa que marca la inspiración artística, obra, vida, y en ocasiones muerte,
de autores como Baudelaire (precursor de la relación entre adicción al alcohol
y literatura), Edgar Allan Poe (a quien se le debe entre otras cosas el
estereotipo del borracho taciturno de trágico final), Ernest Hemingway
(temerario y heroico), y más recientemente Stephen King, quien para colmo,
llegó a olvidar haber escrito uno de sus libros.
Muchos son los autores que recurrieron (y recurren) a la
bebida. A algunos de ellos se les fue de la mano hasta enfermar de alcoholismo.
Otros, simples bebedores sociales, han dado fama a los bares dónde se reunían
para dejar volar su imaginación, y su codo.
La frecuencia con la que algunos escritores visitaban
ciertos bares llevó a Miranda Forbes a elaborar una lista con los diez bares
literarios más famosos del mundo, si bien, atendiendo a la literatura
anglosajona. La lista incluía la White Horse Tavern de Nueva York que
frecuentaban Allen Ginsberg y Jack Kerouac, el Davy Byrnes de Dublín, en el que
James Joyce escribió ciertas páginas de "Ulises"; el Eagle and Child
de Oxford que frecuentaba J.R.R. Tolkien, o el Long Bar del Hotel Raffles de
Singapur que acogió a Joseph Conrad y Rudyard Kipling.
“Escribir es una
forma de exhibicionismo, el alcohol desinhibe y saca fuera ese exhibicionismo.
Escribir requiere interés en la gente, el alcohol incrementa la sociabilidad;
escribir implica imaginación, el alcohol promueve la fantasía. Escribir
requiere confianza en uno mismo, el alcohol genera esa sensación. Escribir es
un trabajo solitario, el alcohol mitiga la soledad. Escribir demanda una intensa
concentración, el alcohol relaja.” (Donald Goodwin, psiquiatra de la
Universidad de Washington “Alcohol and the Writer”)
Con pluma y absenta
Oscar Wilde escribe: “¿Cuál es la diferencia entre un vaso
de absenta y una puesta de sol?” Antes de morir de una meningitis cerebral no
solo gastó cada céntimo en alcohol sino que perdió completamente la alegría de
vivir. Tenía 46 años.
Entre los círculos más profanos se piensa que el alcohol,
por el hecho de dotarnos de sensaciones subjetivas de mayor locuacidad, energía,
entusiasmo, valor y atrevimiento, es una sustancia estimulante.
Esto no es para nada así. El alcohol no es un estimulante
sino un depresor del sistema nervioso central. La euforia y desinhibición son
los primeros síntomas que se experimentan. A largo plazo, el consumo excesivo y
reiterado de alcohol, puede llegar a
desembocar en diferentes patologías asociadas como alteraciones
cardiovasculares, neurológicas, demencias y psicosis alcohólicas. Aunque los
síntomas más habituales suelen ser la dependencia y el síndrome de
abstinencia, en este último se dan un
conjunto de síntomas (ansiedad, sudoración, insomnio, náuseas, vómitos y
alucinaciones visuales entre otros) que aparecen por el cese o la reducción del
consumo al que la persona se había habituado.
Todo esto poco debió importarle a la novelista Jean Stafford
que acabó muriendo por un paro cardíaco por su insistencia con la bebida tras
varios avisos previos. Stafford cuenta
que empezó a beber en la universidad y en los años siguientes bebía jerez por
la mañana mientras escribía.
Las repercusiones del alcohol tampoco fue un gran motivo de
meditación para el estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961) quién llegó a
beber tres botellas diarias de alcohol y acabó suicidándose.
Hemingway ha dado nombre a bares en todo el mundo, creó su
propio cóctel, el "papa doble", a base de ron, y dejó frases como
"un hombre no existe hasta que se emborracha" o "beber es un
modo de terminar el día".
Edgar Allan Poe murió por síndrome de abstinencia. Se dice
que no bebía grandes cantidades de
alcohol, sin embargo, parece ser que su alta sensibilidad al mismo le
predisponía a padecer los típicos síntomas de los bebedores oceánicos a poco
que decidía alegrarse la tarea de escribir.
Sin embargo, este consumo de alcohol en artistas de la
literatura no solo ha dejado tras de sí un rastro de sufrimiento, cefaleas,
resacas y estilos de vida que lastraban su trayectoria. En muchas ocasiones,
haciéndose sentir mal a los artistas consigo mismos.
Esta relación de amor-odio con el alcohol también ha dejado
tras de sí un rastro de inspiración artística y creativa que nos ha regalado un
sinfín de obras capaces, aún hoy, de sacar de la más aburrida y mecanicista
rutina diaria al más impertérrito de los ciudadanos del sistema. Ciudadanos
que, desde luego, no se paran a beber en bares a menos que se lo pida un spot
publicitario de Coca-cola a son de “Benditos bares”. Un mes antes, la
reconocida marca emitía otro que (con una ironía de una naturaleza jamás vista
en publicidad) lanzaba la pregunta
“¿harás todo lo que te dicen?".
El siglo XIX, pareció ser el más productivo de esta unión
entre alcohol y literatura. Autores como Baudelaire, Swinburne o Verlaine son
ejemplos de ello. Decían ver en el alcohol una manera de expandir el horizonte
creativo del artista, liberando los límites de la razón y dándole una libertad
creativa nueva.
Por poner ejemplos, muchos opinan que, leer a Bukowski es
una bofetada de realidad, abrumadora y terrorífica. Bukowski, siendo más o
menos elegante la hora de escribir, expresaba sentimientos que nos son comunes
a la mayoría de las personas.
"Tengo la sensación de que el consumo es una forma de
suicidio que te permite volver a la vida y empezar de nuevo cada día. Es como
matarse a uno mismo para volver a renacer. Creo que he vivido unas diez o
quince mil vidas hasta ahora." Charles Bokovski
¿Hay alternativas saludables e igualmente fructuosas?
Desde la psicología como ciencia de la salud, se plantea que
no es necesario ser un alcohólico para invocar a las musas. Se plantean, pues,
preguntas como ¿es el alcohol un medio de búsqueda de mundos o de infiernos que
no pueden ser develados de otra manera? ¿Es una forma de autodestrucción,
también literariamente productiva? ¿Es una especie de autosacrificio para
alcanzar niveles de la realidad a los que no hay otras formas de acceso? ¿Si
Poe hubiera sido abstemio, habría podido escribir lo que escribió?
Por tanto, dados el gran número de efectos secundarios
derivados de él, el alcohol se convierte en un elemento a eliminar para lograr
la salud mental del artista, y en el que es el punto más controvertido, ese
estímulo externo que representa el alcohol, se convierte en un factor
prescindible para que el autor lleve a cabo el mismo nivel de actividad
creadora que mantenía con esas sustancias (o experiencias asociadas a ellas).
He aquí el razonamiento desde esta óptica, el alcohol en sí
mismo no es la fuente de la creación artística de la persona, sino las
sensaciones, pensamientos, sentimientos y acciones asociadas al alcohol. Si
bien, el alcohol, pudo ser el origen de
su inspiración en un momento dado, por asociación repetida del consumo de la
sustancia con los efectos neurofisiológicos agradables y positivos desencadenados, y estos asociados a su vez,
con el buen resultado reflejado en su obra -relato, reflexión, etc.-, y si bien, de igual modo, pudo ser la razón
del mantenimiento de la conducta alcohólica, no tiene porque ser siempre así.
En otras palabras, la gran mayoría de las veces no es el
alcohol o las experiencias asociadas al alcohol lo que hacen que el artista
rinda más cada vez que bebe, sino su propia anticipación de mejores resultados
en caso de que beba o su propia percepción subjetiva de emocionalidad,
bienestar, locuacidad, energía, entusiasmo, valor y atrevimiento.
Sensaciones o "musas”, que por su verdadero papel
protagonista en la creación del autor, cualquier psicólogo científico del
comportamiento, tendería a lograr su aparición en la persona creativa, sin
necesidad del consumo de alcohol ¿Cómo? Buscando que la persona sea capaz de
autogenerar de forma autónoma esas mismas sensaciones que le proporcionan
fuerza creativa sin que al alcohol medie en el proceso.
Dos premios Nobel tan reconocidos como Vargas Llosa o García
Márquez son buenos ejemplos. Gabriel García Márquez abandonó su ambiente de
tabernas, putas y borrachos para encontrar, en la vida familiar, la serenidad
para construir una narrativa excepcional. Vargas dejó incluso de fumar para no
distraerse mientras escribía.
Baudelaire, joven y convencido de lo insustituible del
alcohol en sus actividades literarias, decía “Hay que estar siempre ebrio. Eso
es todo: la única cuestión”. Más adelante acabó confesando que el alcohol se
transformó en un arma “para asesinar algo dentro de sí mismo, un gusano
imposible de matar”. La sífilis y el
alcohol acabaron con él, después de dejarle paralítico, con ataques de
hemiplejía y sin habla.
Se puede romper con esa imagen romántica, oscura y taciturna
del narrador o poeta, enfermo y adicto,
derrumbado sobre su propio vómito.
Muchos de ellos mueren antes que sus coetáneos, y habiendo desperdiciado mucho
de lo que podrían haber escrito.
Ahora, la pregunta que resurge tan interesante como
misteriosa y peligrosa es ¿si están empezando a existir métodos sistemáticos
comprobadamente capaces de erradicar, modificar o adquirir cualquier
comportamiento u habilidad -en este caso la creatividad literaria- que antes no
habitaba en la persona-o habitaba en exceso-, dónde queda la esencia de cada cuál?
¿Si cualquier persona puede convertirse en lo que le gustaría convertirse -sin
inconvenientes- , dónde queda espacio para la espontaneidad, para el libre
albedrío, para personas interdependientes entre sí?
¿Sabremos distinguir “patología”, de aquello, que por el
simple hecho de hacernos diferentes al resto, en lugar de alegrarnos, nos
perturba?
Así que ojo, no se alarme en exceso si está usted pensando
en dedicar su vida a escribir. Comprenda, no se exceda, pero jamás olvide cual
es su vida. Pese a todo este discurso de un pasado y antecedentes fatalistas,
deshonrosos y dignos de olvido y sobrecorrección terapéutica bien remunerada
sobre la literatura y el alcohol, a lomos de la gran ciencia de la psicología,
nunca olvide usted, más si le gusta escribir, que incluso algo como “la
psicología”, un día lejano, escogió como emblema un carácter del alfabeto
griego (“psi” Ψ de psique) que significaba “alma humana”. Aunque muchos que
siempre hacen todo lo que se les dice ya lo hayan olvidado.
“Es muy fácil y cómodo escuchar a los demás porque te pueden
suministrar dogmas sin vida, te pueden dar mandamientos: "No hagas esto;
haz eso." Y están muy seguros de sus mandamientos. La certeza no es lo que
se ha de buscar. La comprensión es lo que se ha de buscar. Si buscas la certeza
serás víctima de alguna trampa. No busques la certeza; busca el comprender. La
certeza se te puede dar fácilmente -cualquiera puede dártela- pero a la hora
del análisis final serás un perdedor. Habrás desperdiciado tu vida tan sólo
para permanecer en la seguridad y en la certeza; y la vida no es una certeza,
la vida no es segura. La vida es inseguridad. A cada momento se dirige hacia
una inseguridad mayor. Es un continuo apostar. Uno nunca sabe lo que va a
suceder. Y es hermoso que uno nunca lo sepa. Si fuera predecible, no valdría la
pena vivir la vida. Si todo fuera como te gustaría que fuese y si todo fuera
una certeza, no serías un hombre, serías una máquina. Sólo existen certezas y
seguridades para las máquinas".
Osho, Vida, amor y risa.
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