Pero el problema es que ha ningún científico se le ha pasado por su científica cabeza que el ser humano ni es racional ni es objetivo. Por tanto; ¿creer en Dios es una cuestión de fe? ¿Una cuestión sobrenatural? ¿O precisamente la cuestión mas natural de todas? ¿A caso nuestra irracionalidad no es lo que nos hace humanos?¿ A caso no forma parte de nuestra naturaleza?. Dicen que los perros también son capaces de soñar. ¿Será por eso que los insulsos curas dicen que también van al cielo? ¿Que es cielo? ¿Que es insulso?¿Qué es conciencia?. Se lo digo a ustedes. Conciencia es lo que estamos empezando a perder, precisamente por ser cada vez más racionales, más "mecánicos". Se nos está olvidando quienes somos realmente. Quizás todavía estamos a tiempo para remediarlo.
Pero si realmente la razón nos ha permitido y permite una vida más cómoda en tantos aspectos ( en la igualdad de derechos, en nuestra salud, terapias psicológicas que suprimen creencias irracionales desadaptativas, la comunicación por Internet las desigualdades, la tecnología...) la pregunta, entonces, es ¿realmente queremos remediarlo? habría que ponerlo en una balanza y el tiempo hablará...pero este artículo de Punset nos recuerda que la balanza no hay que olvidarla en el desván. Nada está escrito ¿o sí?
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Según algunos científicos, hemos sido demasiado tolerantes con las creencias religiosas. Deberíamos haber elevado el tono de nuestras protestas ante los desmanes derivados de la fe mal entendida.
Sin salirse del bando agnóstico caben otras posturas, si se quiere, menos militante y no menos eficaz.
Paradójicamente, ésa era la concepción del propio Darwin, expuesta en una de sus cartas que descubrí en Londres hace apenas unos días. Es asombrosa esa mezcla de defensa radical de la libertad de pensamiento y tolerancia. Dice Charles Darwin en su carta:
«Aunque soy un fuerte defensor de la libertad de pensamiento
en todos los ámbitos, soy de la opinión, sin embargo —equivocadamente o no—,
que los argumentos esgrimidos directamente contra el cristianismo y la existencia
de Dios apenas tienen impacto en la gente; es mejor promover la libertad de
pensamiento mediante la iluminación paulatina de la mentalidad popular que se
desprende de los adelantos científicos. Es por ello que siempre me he fijado
como objetivo evitar escribir sobre la religión limitándome a la ciencia».
Es fascinante constatar hasta qué punto Darwin tuvo excelso
cuidado en mantener el rigor de sus planteamientos científicos sin herir a los
que no los compartían. En este sentido —y a nivel anecdótico—, no me digan que
no era enternecedora la actitud de Emma, la esposa de Darwin, profundamente
religiosa, cuando repetía a sus amigos que el mayor de sus pesares era «saber
que Charles no podría acompañarla en la otra vida» por culpa de su agnosticismo.
Lo que la apesadumbraba a ella era que el Dios todopoderoso no quisiera
conciliar el buen carácter con el agnosticismo de su marido. Y lo que a él lo
apenaba, con toda probabilidad, era que muchos confundieran la libertad de
pensamiento que él predicaba recurriendo a la ciencia con ataques gratuitos a
los que no compartían esa convicción.
No cabe duda de que la relación entre la gente que profesa una
religión y los agnósticos está cambiando. ¿En qué sentido? En primer lugar, la
irrupción de la ciencia en la cultura popular permite descartar convicciones
que parecían antes intocables: hasta Darwin, gran parte de la comunidad
científica, y desde luego toda la religiosa, estaba convencida de que la vida
del universo había empezado hacía cinco mil años, en lugar de los trece mil
millones que, ahora se sabe, transcurrieron desde la explosión del big bang
hasta nuestros días; dando amplio tiempo con ello para que la selección natural
fuera modulando la evolución de las distintas especies.
En segundo lugar, los continuados agravios e injusticias que
siguen sufriendo —a raíz del machismo y maltrato de género, en particular— los
colectivos partidarios de impulsar la modernidad en sus propias culturas
suscitan solidaridades mucho más profundas y extensas que en el pasado. Yo he
visto con mis propios ojos en plena Quinta Avenida de Nueva York, pocos días
después del ataque terrorista a las Torres, una pancarta que rezaba «In God we
trust» («En Dios confiamos»), mientras en la acera opuesta alguien, enardecido,
le gritaba al portaestandarte: «Falk’ you!» («¡Que te den!»).
No es difícil predecir que pronto volveremos a estar inmersos en un debate en torno a la religión, no necesariamente más virulento que antes, pero sí más extendido socialmente y algo más fundamentado. A la ciencia y a los científicos les va a resultar más difícil que en tiempos de Darwin mantener silencio en ese debate, entre otras mil cosas, porque ahora faltan sólo “cuatro días” para que se pueda fabricar vida sintética—bacterias, concretamente— en el laboratorio. La ciencia, en eso Darwin tenía razón, es el mejor estímulo para la libertad de pensamiento. Siempre y cuando sepamos conciliar como él los planteamientos rigurosos con modales atinados.
Eduard Punset
Fuente:
http://www.eduardpunset.es/1060/general/la-delicadeza-de-darwin
Una forma de contrarrestar la discriminación de género:
Y lo cierto es que a veces el género femenino, en el
intento de salvaguardar sus derechos, estos se les vuelven en su contra. Todo
porque este mundo ni los órganos que lo gobiernan aceptan verdades absolutas y naturales. Todo por no ver lo distal (las
causas últimas). Eso tan inútil e irrisorio que ningún psicólogo le explicaría
a un empresario pero que explica la gran mayoría de los problemas de una
sociedad. Eso que gracias a dios, un tipo de psicología empieza a abordar; la
psicología de la liberación
*Estudios:
Jesús García Muñoz
Una forma de contrarrestar la discriminación de género:
Se trataría de una
intervención de “arriba a abajo”, movilizando los poderes ejecutivos, legislativos
y judiciales. Recopilando información e investigando desde las distintas
parcelas de una determinada sociedad pero sin obviar los factores
“macrosistémicos” e incidiendo, incluso más, sobre estos últimos.
Entendiéndolos como las base sobre las que se cimenta una sociedad. Es decir,
se defenderían los derechos humanos, en el caso que nos concierne, la
discriminación de género, aportando datos de una realidad concreta (sin disposiciones legales cuyas bases radican en
ideas preconcebidas de la realidad), fundamentos
y argumentos de peso con el objetivo de defender los derechos humanos, en este caso los derechos de la mujer.
Se trataría de
modificar discursos políticos de
manera real y efectiva, evitando que estos se hagan por simple interés
electoral sino por la auténtica promoción de aspectos tan vitales como la
creciente violencia de género o la,
todavía, significativamente menor media del salario
percibido por el género femenino. Y por supuesto, se trataría que el
contenido de tales discursos tuviera su ejecución contemplada en la ley. Se
revisarían, por tanto, conductas que incumben a los agentes de las altas
esferas, pero no solo ahí.
También se debería
crear, desarrollar, promocionar, difundir y aplicar planes de concienciación social, “de abajo a arriba”; impidiendo
que tres instituciones catalizadoras (de una ideología social, bajo la que
subyacen actitudes y creencias irracionales) como son “la familia, “la escuela”
y “la moral” impidan la promoción vital, social y laboral del colectivo femenino.
Estamos hablando de divulgar una cierta racionalización
o desideologización. Estamos hablando
de alejar (desalineación social y
personal) a las personas de lo que imponen ciertas convenciones, lenguajes,
símbolos, modas o normas de una determinada cultura o sociedad (como bien puede
ser el machismo trasmitido por un
abuelo de familia), para dejar de rechazar verdades
absolutas y naturales, como es la plena capacidad ( y derecho) de las
mujeres para rehacer su vida con otros hombres, la práctica sexual fuera del
matrimonio, la no sumisión o dependencia, el no consentimiento de ser objeto de
violencia ,o finalmente , la capacidad de promoción en el mundo laboral. Es
decir, evitar en las mujeres una pasividad y pesimismo irracional o fatalismo que adquiera el pleno carácter
de profecía autocumplida dando lugar
al perjudicial techo de cristal.
Pero dado que los
cambios ideológicos “de abajo arriba” no son tan fáciles, como paso intermedio,
un psicólogo debería concentrar esfuerzos en conseguir una obligatoriedad legal
de cumplimiento de mecanismos de
discriminación positiva, para qué, por ejemplo, un empresario (como
buen empresario que buscar aumentar beneficios en su institución y su sueldo y
vida dependen de ello) no pueda
decidir contratar a un hombre en el puesto de una mujer que acaba de quedarse embarazada. Lo triste es que dicho así
parece que les estamos haciendo un “favor ético” a las mujeres (protegiéndolas
legalmente) cuando las que verdaderas protectoras son ellas sacando, no un
empresa, pero si una especie
adelante.
Es más difícil,
improductivo y casi irrisorio explicarle
“une teoría de la naturaleza humana” a ese empresario (aunque hacérsela
entender sería lo más ideal y oportuno). Es más difícil explicarle esas
“verdades naturales y absolutas” que suponen uno de los puntos fuertes de la
teoría de la liberación, explicarle que al igual que ese hombre puede crearle
más beneficios a corto plazo a su empresa (y eso es una verdad natural y
absoluta), una mujer podría, no solo, darle mayores beneficio a largo plazo
para su empresa, sino que además está teniendo un hijo (un futuro empresario si prefieres) y eso,
también, es una verdad natural y absoluta. Posiblemente más absoluta. Y es que
posiblemente más absoluto que el beneficio de cualquier empresa es el beneficio
de cualquier especie. Pero nada sigamos convirtiéndonos cada vez más en una
“empresa” en lugar de en una “especie”.
Mientras tanto la monoparentalidad familiar aumenta a
medida que las mujeres deciden hacer justicia y vengarse de un sistema legal
que no reconoce su valía y las otorga los medios
oportunos (jornadas laborales parciales tanto para madres como para padres de familia por ejemplo)
para trabajar y poder criar en tiempo y esfuerzo a sus hijos. Tiempo y esfuerzo de crianza de
unos hijos del que los estudios informan que correlaciona negativamente con el comportamiento delictivo de esos mimos hijos años después.
Muchos de ellos violadores.*
Jesús García Muñoz
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