La naranja mecánica, un reflejo de la violencia y libertad humanas.
La naranja mecánica, sublime film que no se anda con medias
tintas y que nos invita a una profunda reflexión sobre el eterno debate de si
el ser humano es malo o bueno por naturaleza. Y lo hace entre grandes dosis de
violencia explícita de la mano de Alex De Large, su protagonista, quien lidera
a una pandilla de jóvenes con ansias de practicar la delincuencia.
La película basada en la novela de Anthony Burgess, se
ambienta en una, ya de por sí, “violenta” Gran Bretaña. Ante esto, el gobierno
decide probar una nueva técnica de
“reconversión criminal” con Alex. Una trama polémica que siempre
consigue despertar en el espectador profundas discusiones morales.
La psicología conductista descubrió en un estudio con perros
que marcó un antes y un después en la ciencia (Iván Pavlov 1890-1900), que
tocando una campanilla repetidas veces siempre antes de traerles la comida,
estos con el tiempo comienzan a salivar antes de incluso llegar a ver la
comida, únicamente oyendo la campanilla, incluso cuando a veces ni siquiera les
llevaban comida. El perro aprendió a asociar el sonido de la campanilla con el
estímulo de una apetitosa comilona. Pues bien, el ser humano funciona
exactamente igual. Y este principio fue el que usaron los psiquiatras de la
película para reformar al agresivo Alex. Le indujeron a asociar escenas de
violencia con vómitos y náuseas (fruto de una sustancia previamente
suministrada) de manera que nunca más pudo practicar la violencia porque al
igual que el perro saliva cuando oye la campana (asociada a una rica comilona)
Alex sufre dolores, vómitos y nauseas (asociadas a la violencia) cuando intenta
agredir a alguien o practicar el sexo. En esta situación Alex se enfrenta a
todos aquellos con los que antes de ser encarcelado y reformado practicó actos
brutales y vejatorios. Y en dichos enfrentamientos se destapa la naturaleza
vengativa de todos ellos para con, el ahora indefenso, Alex. Por tanto… ¿Quién es el malo de la
película ahora? ¿Alex, la sociedad, el sistema o el ser humano? ¿Están
justificados esos actos de venganza? La denominada, en psicología, cultura del
honor (la defensa del honor, instinto subyacente a todos) nos dice que sí, que
está legitimizada.
En términos globales, extrapolando esto al mundo en el que
vivimos actualmente, se ve cómo las circunstancias sociales se convierten en un
determinante de la violencia cuando una determinada cultura “legitimiza” la
violencia en situaciones en las que otra cultura no lo haría. Suele producirse
en zonas pobres donde la autoridad o el estado son débiles, y por tanto, las
leyes no se cumplen. En este contexto de “honor”, su defensa adquiere un alto
significado simbólico, ya que, no defenderlo es síntoma de debilidad. De manera
que la violencia es un arma reconocida para arreglar problemas.
En este contexto, los medios de comunicación adquieren un
papel de suma importancia. Estudios (Baumeister, 1997) corroboran que los “mass
media” (medios de masas) son una fuente de aprendizaje social sobre los medios,
escenarios y situaciones en los cuales se legitima la agresión. Otros estudios
(Eron, 1971) esclarecen que la agresividad en personas de 18 años correlacionan
con las escenas (de películas, series, dibujos) violentas observadas a los 8. Y
finalmente (Staub, 1989) aporta una explicación de índole motivacional, por la
cual, es la baja autoestima la principal variable que está detrás de la emoción
de odio como catalizador de la violencia entre grupos de personas producido por
el desagrado hacia ellos por percibirles como un “ser maligno” al que eliminar
(Rivera). Quizás la explicación psicosocial más acorde con Alex es la de Staub,
quien denomina el proceso de violencia
como un “continuo de destrucción”, es decir; la violencia hacia la
pareja/persona/grupo viene precedida de sentimientos continuos y prolongados de
desprecio con una raíz en el autoconcepto y el autoestima dónde echar la culpa
a alguien o algo de todos nuestros problemas nos libera de ellos aumentando así
el autoestima.
Y es que posiblemente lo único que nos diferencia de otros
animales es que tenemos una moral. Una moral que nos hace autorestringirnos con
sistemas de ley y orden, porque según múltiples estudios la gran mayoría de
nosotros somos capaces de cometer atrocidades, si como, nos quiere hacer llegar
el film, las circunstancias nos empujan a ello. Véanse estudios al respecto
cómo de los que surgen la teoría de la frustración-agresión (Berkowitz, 1869)
por la cual “un estímulo aversivo se traduce en agresión solo si la situación
posee ciertos estímulos que el individuo a asociado con agresión en su historia
de aprendizaje”
Otra prueba de la
violencia como reacción instintiva y natural del hombre es el famoso
experimento de Milgram (Milgram, 1961) en el que se comprobó cuánto dolor
infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo
pedían para un experimento científico. La firme autoridad se impuso a los
principios morales de los sujetos (participantes) de dañar a otros y, con los
gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la
autoridad se imponía con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de las
personas de aceptar casi cualquier orden proveniente de la autoridad constituye
el principal descubrimiento del estudio. Sorprendentemente ningún participante
paró en el nivel de 300 voltios, límite en el que “el alumno” (víctima que
simulaba dolorosas descargas sin que el participante lo supiera) dejaba de dar
señales de vida. Más adelante en 1999, Thomas Blass, profesor de la universidad
de Maryland publicó un análisis de todos los experimentos de este tipo
realizados hasta entonces y concluyó que el porcentaje de participantes que
aplicaban voltajes notables se situaba entre el 61% y el 66%.
Eso es el conductismo justamente. Una idea del hombre en la
que este no tiene capacidad de decisión y en la que el ser humano es una
insignificante marioneta en manos del
destino. Una ideología en la que si algo viene “estropeado de serie”, como el
extremo carácter violento de Alex, se
puede arreglar ya que el hombre solo es una
“ colckwork orange” (naranja mecánica) cuya traducción al castellano
bien podría ser “persona mecánica”,
ahora…¿será mejor el remedio que la enfermedad?
Alex pensó que si al presentarse voluntario al tratamiento
Ludovico. Al hacerlo demostró sus deseos de curarse, demostró ser consciente de
que lo que hacía estaba mal, por tanto supo distinguir entre el bien y el mal,
demostró tener conciencia y por tanto no ser tan psicópata como parecía,
demostró que es capaz de elegir y por tanto ser un hombre y demostró ser un
hombre bueno. Porque como le comenta sabiamente un cura a Alex en la
prisión:”la bondad y la maldad nacen con nosotros, pero la bondad se escoge. El
que no escoge deja de ser hombre”.
Pero a pesar de que su decisión le hizo un hombre,
paradójicamente, el resultado de la terapia le convirtió en lo contrario, un
ser sin libertad. De nada sirve que Alex no pueda hacer el “mal” por
circunstancias meramente físicas, si a un nivel consciente es lo que él
realmente quiere. Ya no era dueño de sus actos, ya no era él mismo, era bueno,
pero dejó der ser un hombre, precisamente por no aceptar su naturaleza.
Naturaleza que al final del film se ve como acaba recuperando con una nueva
terapia, gracias a un intento de suicidio y las consecuentes recriminaciones
éticas y judiciales que cayeron sobre el ministro y los dirigentes de la
terapia, dejando abiertas muchas preguntas.
¿Los medios justifican los fines? ¿Es justo que Alex ceda su
libertad en favor de una presunta armonía social? ¿Y el resto de hombres? La
solución brilla por su ausencia. ¿No será menos importante una armonía social
absoluta que una libertad de pensamiento y de acción? La libertad es nuestra
redención y perdición. Es el capital más preciado y a su vez el más temido;
pero de ninguna manera deja de ser esencial para que el hombre pueda cumplir
con la condición más básica humana: ser libre.
Así Alex volvió a ser el que era y acabó casándose y
teniendo un hijo (importantes sucesos que no se contemplan en el film, pero sí
en la novela) dejando abierta una relevante moraleja, no solo para casos
extremos, sino para cada persona de a pie. “Posiblemente solo seamos “personas
mecánicas” moldeables por las circunstancias, pero nuestra maquinaria rota de
serie no se arregla corrigiéndola, sino aceptándola y aceptar tu naturaleza es
más humano que no aceptarla, incluso si eres un psicópata”. Ojo aceptar no
significa vivir de la ultraviolencia en la ignorancia, ya que así Alex tampoco
era libre. Aceptar significa ser consciente de la posibilidad de cambiar y no
hacerlo porque sabes que no es lo que te corresponde, así, si estás eligiendo,
estas siendo libre y además estás en paz con tu conciencia.
Y es justamente esa menor capacidad para escoger lo que
diferencia a un psicópata como Alex del resto de personajes que después se vengaron
de él con la misma violencia, pero con distinta raíz en la mente.
Alex nunca pudo escoger ser un asesino sin empatía ni
conciencia del sufrimiento ajeno, o nunca pudo evitar los probables sucesos
traumáticos de su infancia/adolescencia que le llevaron a tal personalidad
antisocial, nunca pudo resistir sus impulsos de “la violencia por la
violencia”; quizás por psicopatía congénita, quizás por ciertos aprendizajes en
la infancia dónde el ser humano además de inocente es una esponja; porque al
igual que el niño cuya madre es bilingüe a este no se le olvida el idioma, el
niño carente de afecto, con interacciones perniciosas u objeto o espectador de
violencia familiar tampoco lo olvida, es más, lo apropia como parte de su ser e
identidad siendo ya indesligable al igual que un idioma materno.
A fin de cuentas el resultado es que nunca fue realmente
libre, al igual que un verdadero psicópata. Sin embargo, el resto de personajes
sabían muy bien lo que hacían, sabían que lo hacían por venganza, pudieron
escoger en todo momento, eso les hace más hombres que Alex, más conscientes, su
violencia no es fruto de la genética o la infancia como en Alex, y aun así, lo
hicieron, se vengaron. Escogieron. Y eso les hizo hombres, pero también les
hizo hombres malos y más malos que Alex, quien acabó entendiendo que no podemos
elegir ni el cómo ni el dónde nacemos, pero sí el cómo vivimos.
No podemos elegir nuestras circunstancias pero si podemos elegir como reaccionar a ellas, al menos ese 44% de valerosas personas que según los estudios no aplicarían altos voltajes a otro ser humano, aunque se lo ordenaran. Habrá que confiar en ese porcentaje y en la capacidad moral de ese grupo de personas que nos ha llevado a decidir crear libremente un sistema de derecho. Con esa capacidad de decisión y elección libre que el conductismo siempre ignoró.
Jesús García Muñoz
No hay comentarios:
Publicar un comentario