jueves, 11 de julio de 2013

Con pluma y absenta

A lo largo de la historia, el señor alcohol y los grandes literatos han mantenido una relación de amor-odio bien estrecha. Ya desde Homero o la Biblia, las bebidas alcohólicas aparecen como un arma de expansión creativa que marca la inspiración artística, obra, vida, y en ocasiones muerte, de autores como Baudelaire (precursor de la relación entre adicción al alcohol y literatura), Edgar Allan Poe (a quien se le debe entre otras cosas el estereotipo del borracho taciturno de trágico final), Ernest Hemingway (temerario y heroico), y más recientemente Stephen King, quien para colmo, llegó a olvidar haber escrito uno de sus libros.


Muchos son los autores que recurrieron (y recurren) a la bebida. A algunos de ellos se les fue de la mano hasta enfermar de alcoholismo. Otros, simples bebedores sociales, han dado fama a los bares dónde se reunían para dejar volar su imaginación, y su codo.


La frecuencia con la que algunos escritores visitaban ciertos bares llevó a Miranda Forbes a elaborar una lista con los diez bares literarios más famosos del mundo, si bien, atendiendo a la literatura anglosajona. La lista incluía la White Horse Tavern de Nueva York que frecuentaban Allen Ginsberg y Jack Kerouac, el Davy Byrnes de Dublín, en el que James Joyce escribió ciertas páginas de "Ulises"; el Eagle and Child de Oxford que frecuentaba J.R.R. Tolkien, o el Long Bar del Hotel Raffles de Singapur que acogió a Joseph Conrad y Rudyard Kipling.

 “Escribir es una forma de exhibicionismo, el alcohol desinhibe y saca fuera ese exhibicionismo. Escribir requiere interés en la gente, el alcohol incrementa la sociabilidad; escribir implica imaginación, el alcohol promueve la fantasía. Escribir requiere confianza en uno mismo, el alcohol genera esa sensación. Escribir es un trabajo solitario, el alcohol mitiga la soledad. Escribir demanda una intensa concentración, el alcohol relaja.” (Donald Goodwin, psiquiatra de la Universidad de Washington “Alcohol and the Writer”)

Con pluma y absenta

Oscar Wilde escribe: “¿Cuál es la diferencia entre un vaso de absenta y una puesta de sol?” Antes de morir de una meningitis cerebral no solo gastó cada céntimo en alcohol sino que perdió completamente la alegría de vivir. Tenía 46 años.

Entre los círculos más profanos se piensa que el alcohol, por el hecho de dotarnos de sensaciones subjetivas de mayor locuacidad, energía, entusiasmo, valor y atrevimiento, es una sustancia estimulante.


Esto no es para nada así. El alcohol no es un estimulante sino un depresor del sistema nervioso central.  La euforia y desinhibición son los primeros síntomas que se experimentan. A largo plazo, el consumo excesivo y reiterado de alcohol,  puede llegar a desembocar en diferentes patologías asociadas como alteraciones cardiovasculares, neurológicas, demencias y psicosis alcohólicas. Aunque los síntomas más habituales suelen ser la dependencia y el síndrome de abstinencia,  en este último se dan un conjunto de síntomas (ansiedad, sudoración, insomnio, náuseas, vómitos y alucinaciones visuales entre otros) que aparecen por el cese o la reducción del consumo al que la persona se había habituado.


Todo esto poco debió importarle a la novelista Jean Stafford que acabó muriendo por un paro cardíaco por su insistencia con la bebida tras varios avisos previos.  Stafford cuenta que empezó a beber en la universidad y en los años siguientes bebía jerez por la mañana mientras escribía.

Las repercusiones del alcohol tampoco fue un gran motivo de meditación para el estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961) quién llegó a beber tres botellas diarias de alcohol y acabó suicidándose.

Hemingway ha dado nombre a bares en todo el mundo, creó su propio cóctel, el "papa doble", a base de ron, y dejó frases como "un hombre no existe hasta que se emborracha" o "beber es un modo de terminar el día".

Edgar Allan Poe murió por síndrome de abstinencia. Se dice que no bebía  grandes cantidades de alcohol, sin embargo, parece ser que su alta sensibilidad al mismo le predisponía a padecer los típicos síntomas de los bebedores oceánicos a poco que decidía alegrarse la tarea de escribir.

Sin embargo, este consumo de alcohol en artistas de la literatura no solo ha dejado tras de sí un rastro de sufrimiento, cefaleas, resacas y estilos de vida que lastraban su trayectoria. En muchas ocasiones, haciéndose sentir mal a los artistas consigo mismos.

Esta relación de amor-odio con el alcohol también ha dejado tras de sí un rastro de inspiración artística y creativa que nos ha regalado un sinfín de obras capaces, aún hoy, de sacar de la más aburrida y mecanicista rutina diaria al más impertérrito de los ciudadanos del sistema. Ciudadanos que, desde luego, no se paran a beber en bares a menos que se lo pida un spot publicitario de Coca-cola a son de “Benditos bares”. Un mes antes, la reconocida marca emitía otro que (con una ironía de una naturaleza jamás vista en publicidad) lanzaba la pregunta  “¿harás todo lo que te dicen?".

El siglo XIX, pareció ser el más productivo de esta unión entre alcohol y literatura. Autores como Baudelaire, Swinburne o Verlaine son ejemplos de ello. Decían ver en el alcohol una manera de expandir el horizonte creativo del artista, liberando los límites de la razón y dándole una libertad creativa nueva.

Por poner ejemplos, muchos opinan que, leer a Bukowski es una bofetada de realidad, abrumadora y terrorífica. Bukowski, siendo más o menos elegante la hora de escribir, expresaba sentimientos que nos son comunes a la mayoría de las personas.

"Tengo la sensación de que el consumo es una forma de suicidio que te permite volver a la vida y empezar de nuevo cada día. Es como matarse a uno mismo para volver a renacer. Creo que he vivido unas diez o quince mil vidas hasta ahora." Charles Bokovski

¿Hay alternativas saludables e igualmente fructuosas?


Desde la psicología como ciencia de la salud, se plantea que no es necesario ser un alcohólico para invocar a las musas. Se plantean, pues, preguntas como ¿es el alcohol un medio de búsqueda de mundos o de infiernos que no pueden ser develados de otra manera? ¿Es una forma de autodestrucción, también literariamente productiva? ¿Es una especie de autosacrificio para alcanzar niveles de la realidad a los que no hay otras formas de acceso? ¿Si Poe hubiera sido abstemio, habría podido escribir lo que escribió?

Por tanto, dados el gran número de efectos secundarios derivados de él, el alcohol se convierte en un elemento a eliminar para lograr la salud mental del artista, y en el que es el punto más controvertido, ese estímulo externo que representa el alcohol, se convierte en un factor prescindible para que el autor lleve a cabo el mismo nivel de actividad creadora que mantenía con esas sustancias (o experiencias asociadas a ellas).

He aquí el razonamiento desde esta óptica, el alcohol en sí mismo no es la fuente de la creación artística de la persona, sino las sensaciones, pensamientos, sentimientos y acciones asociadas al alcohol. Si bien, el alcohol,  pudo ser el origen de su inspiración en un momento dado, por asociación repetida del consumo de la sustancia con los efectos neurofisiológicos agradables y positivos  desencadenados, y estos asociados a su vez, con el buen resultado reflejado en su obra -relato, reflexión, etc.-,  y si bien, de igual modo, pudo ser la razón del mantenimiento de la conducta alcohólica, no tiene porque ser siempre así.

En otras palabras, la gran mayoría de las veces no es el alcohol o las experiencias asociadas al alcohol lo que hacen que el artista rinda más cada vez que bebe, sino su propia anticipación de mejores resultados en caso de que beba o su propia percepción subjetiva de emocionalidad, bienestar, locuacidad, energía, entusiasmo, valor y atrevimiento.

Sensaciones o "musas”, que por su verdadero papel protagonista en la creación del autor, cualquier psicólogo científico del comportamiento, tendería a lograr su aparición en la persona creativa, sin necesidad del consumo de alcohol ¿Cómo? Buscando que la persona sea capaz de autogenerar de forma autónoma esas mismas sensaciones que le proporcionan fuerza creativa sin que al alcohol medie en el proceso.

Dos premios Nobel tan reconocidos como Vargas Llosa o García Márquez son buenos ejemplos. Gabriel García Márquez abandonó su ambiente de tabernas, putas y borrachos para encontrar, en la vida familiar, la serenidad para construir una narrativa excepcional. Vargas dejó incluso de fumar para no distraerse mientras escribía.

Baudelaire, joven y convencido de lo insustituible del alcohol en sus actividades literarias, decía “Hay que estar siempre ebrio. Eso es todo: la única cuestión”. Más adelante acabó confesando que el alcohol se transformó en un arma “para asesinar algo dentro de sí mismo, un gusano imposible de matar”.  La sífilis y el alcohol acabaron con él, después de dejarle paralítico, con ataques de hemiplejía y sin habla.

Se puede romper con esa imagen romántica, oscura y taciturna del narrador o poeta, enfermo y adicto,
derrumbado sobre su propio vómito. Muchos de ellos mueren antes que sus coetáneos, y habiendo desperdiciado mucho de lo que podrían haber escrito.

Ahora, la pregunta que resurge tan interesante como misteriosa y peligrosa es ¿si están empezando a existir métodos sistemáticos comprobadamente capaces de erradicar, modificar o adquirir cualquier comportamiento u habilidad -en este caso la creatividad literaria- que antes no habitaba en la persona-o habitaba en exceso-, dónde queda la esencia de cada cuál? ¿Si cualquier persona puede convertirse en lo que le gustaría convertirse -sin inconvenientes- , dónde queda espacio para la espontaneidad, para el libre albedrío, para personas interdependientes entre sí?

¿Sabremos distinguir “patología”, de aquello, que por el simple hecho de hacernos diferentes al resto, en lugar de alegrarnos, nos perturba?

Así que ojo, no se alarme en exceso si está usted pensando en dedicar su vida a escribir. Comprenda, no se exceda, pero jamás olvide cual es su vida. Pese a todo este discurso de un pasado y antecedentes fatalistas, deshonrosos y dignos de olvido y sobrecorrección terapéutica bien remunerada sobre la literatura y el alcohol, a lomos de la gran ciencia de la psicología, nunca olvide usted, más si le gusta escribir, que incluso algo como “la psicología”, un día lejano, escogió como emblema un carácter del alfabeto griego (“psi” Ψ de psique) que significaba “alma humana”. Aunque muchos que siempre hacen todo lo que se les dice ya lo hayan olvidado.

“Es muy fácil y cómodo escuchar a los demás porque te pueden suministrar dogmas sin vida, te pueden dar mandamientos: "No hagas esto; haz eso." Y están muy seguros de sus mandamientos. La certeza no es lo que se ha de buscar. La comprensión es lo que se ha de buscar. Si buscas la certeza serás víctima de alguna trampa. No busques la certeza; busca el comprender. La certeza se te puede dar fácilmente -cualquiera puede dártela- pero a la hora del análisis final serás un perdedor. Habrás desperdiciado tu vida tan sólo para permanecer en la seguridad y en la certeza; y la vida no es una certeza, la vida no es segura. La vida es inseguridad. A cada momento se dirige hacia una inseguridad mayor. Es un continuo apostar. Uno nunca sabe lo que va a suceder. Y es hermoso que uno nunca lo sepa. Si fuera predecible, no valdría la pena vivir la vida. Si todo fuera como te gustaría que fuese y si todo fuera una certeza, no serías un hombre, serías una máquina. Sólo existen certezas y seguridades para las máquinas".

Osho, Vida, amor y risa.



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